jueves, 31 de enero de 2008

Ceguera

Hay cadenas que no son hierro
que son sangre y vísceras, unión de dos arterias
en el punto donde el estómago se hace hambre.
Hay cadenas que son lazos sin cierre
sin el óxido helado de una cavidad,
que son nudos sofocantes arañando esófagos lava
y venas manos
y dedos entrelazados ahogando espíritus
en el despertar y un catre.
Hay cadenas que son tramas oscuras
haciendo y deshaciendo trajes de moribundos
en el preludio del cansancio,
que relamen la próxima gota de sal
y suben por la garganta retando la voluntad del maldito
hasta alcanzar la boca...

... Y ahora sí hay hierro en la mirada
óxido en la punta de la frente,
y enloqueciendo de rabia
en afán de querer respirar aletea
y llega el torrente de agua salada y caen,
caen lágrimas sobre cadenas... ceguera de un animal.

jueves, 24 de enero de 2008

Otra cara y belleza

Vuelve a reinventarse un día en una misma ciudad y vuelve una mujer distinta. Esta vez quizá más bella.

No se arregló ni se pintó más de lo poco normal, no sonríe frente al espejo por la mañana ni a media tarde, no canta, no propone cosas distintas no innova, y se sigue sin considerar original... sólo ha llorado, y eso siempre despeja el fondo de unos ojos. Eso para quien lo sabe ver.

Camina la mujer por las aceras de una ciudad que hoy vuelve a parecerle ajena, que hoy le pesa, que daría lo que fuera por desintegrar de la faz de la tierra un par de horas, no más. Lo suficiente para añorarla, para llegar a querer moverse cómoda por sus calles otra vez. Y las personas pasan, y se cruzan con ella, todos fantasmas a la orden de un semáforo, y encuentra en eso lo único en común con el resto. Ni siquiera tener dos piernas con dos pies, prenderse un cigarro apresurado o subirse el cuello de un abrigo pendiente de cepillar, ni siquiera poner una pisada detrás de la otra, ni siquiera eso es semejante hoy. Sólo es el luminoso de un hombrecito verde o rojo lo que le une a ellos. Parar o andar. Ser obedientes, claro está.

La espalda pesa más hoy, y vuelve el esfuerzo de una adolescente por mantenerla erguida, y parecer más recta, más alta, más segura, más ausente de esa larga lista de complejos disimulados con el esfuerzo de una actriz en pleno apogeo. Y se da cuenta de que solos han ido cayendo uno a uno los jodidos complejos. Y reconoce que en la realidad le repatearía en el alma lucir unos dientes perfectos, una nariz mínimamente recta, unas uñas algo femeninas, decir siempre la verdad, y cruzar por la calle sintiendo que los demás son sus amigos.

Quedémonos con eso. Mira hacia el fondo de sus ojos y dile que está bella, más bella de lo normal. Creo que será suficiente para que sonría... aunque sea de mentira.

miércoles, 23 de enero de 2008

Catarsis

Al fin has salido de la quemazón y de esas piedras al rojo vivo que hervían en el centro de tu cabeza. Al fin.

Al fin respiras, aunque sea a trompicones, a aullidos, a bocanadas nocturnas de aire y fría luna escondida tras toneladas de basura urbana. Al fin.

Al fin emergen pecho y cabeza hundidos en piedras premonitorias de carne y papeles de caramelos arrastrados por las huellas de una vieja. Al fin tomas un cigarro y aspiras su veneno con conciencia de una muerte... Pero no es aquello, no es una cabeza y no es un pecho, no es una garganta llena de rocas rojas que desgranan puras lágrimas de tu frente a las cinco de la mañana...

miércoles, 9 de enero de 2008

Catálogo de manías infructuosas

- Morderme las uñas y caminar fijándome en los colores del suelo y evitando tener que parar.
- Comenzar a leer desde el final lecturas livianas y olvidar a menudo para qué existe la memoria.
- Mirar raro, tomar ojeriza a determinadas personas, a determinados nombres, a determinadas cosas, todo eso sin motivos.
- Fumar insistentemente y también olvidar hacerlo igual de insistentemente.
- No pinturas en la cara.
- Callarme de largo cuando me apetece, hablar demasiado sin querer.
- Dormir tapada hasta arriba.
- Chocolate
- Chocolate
- Y chocolate.
- Beber agua a morro.
- Los colores lisos y siempre un disfraz de sombra.
- Hacer que soy vieja sin serlo, hacer que soy niña sin serlo, hacer que soy normal sin saber exactamente qué debe ser eso.
- Cucharilla larga para el desayuno
- Ducha eterna y caliente
- Soledad.
- Altavoz al enfadarme.
- Pacifismo y alta dosis de mala leche todojunto.

jueves, 3 de enero de 2008

Lydia

Son las ocho de la tarde del dos de enero, Loredhi sale de su casa en coche, quizá escapando del silencio que la mantuvo aislada en los últimos días.

Loredhi llega al parking de un centro comercial y baja una planta, dos plantas, y hasta la tercera, por una espiral que le recuerda a las hechuras de su cerebro.

Se fija que aparcó en la zona A. Porque Loredhi nunca se encuentra después en los garajes de los centros comerciales. Por eso se esfuerza en fijarse en este tipo de detalles. Esta vez zona A.

Se quita el ticket de la boca y lo mete en el bolsillo trasero del vaquero, como hace siempre, porque si entra el ticket en el bolso de Loredhi está condenado al extravío y ella lo sabe, y por eso siempre lo guarda en el bolsillo trasero de su vaquero.

Sube por las escaleras mecánicas.

En el primer sótano se comienza a escuchar un villancico por el hilo musical.

Loredhi a veces siente miedo de salir cuando pasa mucho tiempo encerrada, pero hoy decidió hacerlo y mezclarse entre la gente, y eso hace años le hubiera costado más. Porque Loredhi es de carne y hueso y además antisocial.

Suben lentas las escaleras mecánicas y Loredhi fija su atención en unos calcetines de rayas de colores que se mueven ante ella. Los lleva una niña de unos once años que sonríe y mira hacia detrás, a sus padres, juguetona, mientras espera ansiosa que lleguen las escaleras arriba. Los calcetines de rayas de colores resaltan sobre unos mocasines gastados azul marino. A Loredhi le enternece ese detalle. Que no combinen. Ni los calcetines ni los zapatos. Ni tampoco el chaquetón con pelo en la capucha dos tallas más grande. Ni la diadema dorada. Ni la pulsera de bolas negras y blancas que asoma por su muñeca delgada... Ni siquiera su sonrisa franca, deformada por un corrector de dientes, combina con las caras de las demás personas. A Loredhi le enternece esa niña impaciente con diadema y pelo largo porque encuentra que es lo más bonito que esa tarde podrá encontrar en un centro comercial.

Y le entran ganas de abrazarla, porque le recuerda quizá a su hija... o quizá a lo poco que queda de ella misma en una moderna escalera del día dos de enero aparcado en la zona A.

Se llamaba Lydia, y Loredhi decidió después de verla que hoy iba a escribir sobre ella.

martes, 1 de enero de 2008

A medias

Sírvase el café con dos de contradicción, la pasta con sonrisas manifiestas, el último trago aquí.

Pueden caer tres estrellas sobre mí y no verlas. Pueden subir globos de ceniza y no alcanzar la azotea de tu cielo... pero pueden llegar, y hasta pasar de largo, y tropezar con la pared que esconde un muro.

Algo parecido a caminar en redondo o hacia atrás. Algo parecido a esto.

Media mentira y media verdad.