lunes, 28 de julio de 2008

Una joya


El llanto está de fiesta

de María Peiró, mujer y poeta.

Si se pudieran encuadernar las ganas,
si fueran cuadros los minutos
en los que somos ombligo y todo.
Si en cualquier esquina se pudiera colgar el cartel de siempre
para nunca más soñar cuando se pueda.

Porque nadie es la desdicha que se esconde
y ata al mundo,
lo empaqueta,
lo enmudece.

Si pudiéramos encuadernar las ganas
y torcer cualquier tobillo, que doliera,
que doliera entre la tinta, que doliera
y doliera por la sangre, por las normas,
por los charcos de dolor...
que doliera y doliera solo porque el llanto es bueno
y duele.

miércoles, 16 de julio de 2008

Rotación vs. catálogo

Loredhi ya no escribe desde donde comenzó a hacerlo un año atrás. Loredhi cambia, como todo lo que le rodea, y a menudo le cuesta reconocerse... no hace un año, ni hace cuatro, le cuesta reconocerse hasta la mínima expresión a la que se pueda traducir el pasado, hasta un segundo atrás, o menos.

A Loredhi ya no le excita callejear, ni consumir una panoja de maíz a deshoras, ni zarandear percheros con ropas odiosas, ni parecer que charla animadamente en una patética terraza de moda con olor a suelo y orín, a Loredhi le gusta cobijarse tras catálogos ficticios de personas. Están, las que conducen, las que se untan de la modernidad hasta resultar dañinas, las alternativas falsas, las verdaderas, pero que entonces ya no van de alternativas, las que huelen a vainilla, o a coco, o a nada, las que apestan; las circulares o las palo, las peludas y las sintéticas... Las que caminan, las que esperan sentadas en la parada de un autobús, las auténticas, las clónicas, y así hasta llegar al número que sigue al número más alto... Y Loredhi sabe que siempre ha sido alguna de ellas, pero hoy le parece que nunca...

Pasó un segundo y ya todo ha cambiado, hasta el lugar desde el que comenzó a escribir este absurdo texto circular sin título.

lunes, 7 de julio de 2008

Piedras

Loredhi cruza la calle y se sienta en el escalón que separa el aire del asfalto. Flexiona las piernas, se apoya en las rodillas, y observa el ir y venir de las caras de las personas a un año luz de diferencia. Loredhi enciende un cigarro, camina con sus pupilas por encima de la gente, calibra esa ojera, esa saliva, esa camisa sudada pasada de moda… En la casa ya tiene una ventanita por la que fisgonear la podredumbre que hay en venta; algunas noches la enciende y después la apaga y más tarde vomita durante una hora todo pieles de serpientes.

Loredhi ha cruzado la calle, y se viene a sentar en el reflejo de aquel escalón de cemento que arañaba los muslos, se viene a acordar de las cabezas de los piojos ardiendo al sol, de ella flexionando las piernas, adorando a una camada de cachorros, de la textura de una rana, y de cuánto desde las costras en las rodillas…

Loredhi está lejos, ¿la ves? está sentada, casi de cuclillas, en el borde de tu acera baja. La cabeza se le hunde entre las rodillas, y una mujer a su lado se encorva y muere. La mano de Loredhi escarva y juega, juega con la tierra… juega a juntar tres más una, cuatro piedras.