Pocos días bastan para que las zapatillas de Loredhi se empapen de infancia, de piedra de rodeno, del aire que entra por el rincón del pino donde el abuelo tomaba el fresco.
En verano, el abuelo se sentaba en su hamaca de nylon rayada, modelo años setenta. Tenía un porte elegante, por su delgadez más que por su estatura.
En verano, el abuelo calzaba sencillo zapato cerrado de rejilla, y vestía pantalones grises de tela fina y camisa celeste de manga corta; unos brazos enjutos y siempre morenos lucían su reloj de oro. Loredhi recuerda sus gafas gruesas y de cristal ahumado, y su olor a colonia de hombre, y esa cara agrietada que inspeccionaba minuciosamente cada vez que se acercaba a él. Mientras los hermanos besaban al abuelo, ella se quedaba a un lado, siempre cerca, observando sus mejillas tostadas, la austeridad de su gesto. Miraba a través de las gafas gruesas, curioseando cómo vería el abuelo, y le llamaba la atención el amarillo de la nicotina en el dedo índice de su mano derecha.
El abuelo tenía un porte elegante, sobrio, siempre sonreía cuando ellos llegaban, pero lo hacía brevemente. Una vez al día, y después a jugar, bien lejos, no hay que molestar al abuelo que toma el fresco sentado en una silla de nylon rayada estilo años setenta en su rincón del pino.
En verano, el abuelo se sentaba en su hamaca de nylon rayada, modelo años setenta. Tenía un porte elegante, por su delgadez más que por su estatura.
En verano, el abuelo calzaba sencillo zapato cerrado de rejilla, y vestía pantalones grises de tela fina y camisa celeste de manga corta; unos brazos enjutos y siempre morenos lucían su reloj de oro. Loredhi recuerda sus gafas gruesas y de cristal ahumado, y su olor a colonia de hombre, y esa cara agrietada que inspeccionaba minuciosamente cada vez que se acercaba a él. Mientras los hermanos besaban al abuelo, ella se quedaba a un lado, siempre cerca, observando sus mejillas tostadas, la austeridad de su gesto. Miraba a través de las gafas gruesas, curioseando cómo vería el abuelo, y le llamaba la atención el amarillo de la nicotina en el dedo índice de su mano derecha.
El abuelo tenía un porte elegante, sobrio, siempre sonreía cuando ellos llegaban, pero lo hacía brevemente. Una vez al día, y después a jugar, bien lejos, no hay que molestar al abuelo que toma el fresco sentado en una silla de nylon rayada estilo años setenta en su rincón del pino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario