Vuelvo los ojos y la tierra quemada,
la inmensidad y un reguero calcinando hojarasca que se aleja,
irremediable, pasiva,
todavía el humo,
la ceniza se levanta cada vez que mis ojos vuelven
y un pájaro lanza desde el cielo una flecha,
preludio de una canción que no llegamos a escuchar.
Vuelvo los ojos y veo la espalda de un árbol
que separa raíces polvo retumbando el suelo,
vuelvo, y los ojos se hacen agrios,
deshojan pétalos de la margarita que quedó,
otro muerto, otra nostalgia más a adornar la estructura de un gigante
pariendo un paisaje amarillo,
cemento y noche, y bruma...
Vuelvo los ojos y el paisaje asolado,
un duende burla el hilo rojo
vuelvo y una multitud quema las cortinas del cielo,
y el torso se desdibuja bajo el buitre que ronda los restos
y extirpa babeando su propia inmundicia.
Y vuelvo la mirada, y a mi lado un túnel,
y no puedo tocar a través del cristal que esconde la marcha.
Vuelvo los ojos y me nutro sed de un terreno aniquilado.
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