miércoles, 25 de agosto de 2010

Hábitat

Utiliza un extraño congelador del tamaño del cráneo de un mandril para guardar lo único que duele sin estar herido, congela los recuerdos y cuelga de una cuerda los negativos y cada mañana al abrir la ventana y mirar escupe los restos de noche y entra la luz. Abre el extraño congelador donde guarda aquello que duele sin sangrar aquello que es bello pero que se ahoga con la propia lengua y es por eso que cierra los ojos y, sin mirar, cuelga recuerdos de un cordel y las pinzas de colores le hacen daño. Abre la ventana y entra la luz y ya están veladas las fotografías por un lapso de tiempo que transcurre tan despacio como la caída del párpado de ella sobre lo oscuro. Duerme pocas horas para no reventar de sueños raros, para no vomitar todo hasta lo bueno, duerme poco para salvaguardar su estancia en el mundo y no vapulear imágenes de las pieles colgando y el líquido amargo que contrasta en negativo y abre la ventana y una luz y la imagen se ha velado otra vez. Imagina loba su corazón fuera del hielo que lo habita, solo por la noche reinventa la flor y duerme lo justo para no marchar.

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