viernes, 9 de diciembre de 2011

Loredhi loves

Se queda parada en el borde, junta los pies y de repente le da miedo que su presencia esté ocupando más espacio del previsto.
Los besos en el parque le acercan a la piel bajo el sol.
Un hombre con su desfile de comedias se planta a tres pasos de ella, se enciende un cigarro y ladea la cabeza al aspirar el humo y la mira a través de la carne. Solo un minuto el necesario para abrirse dentro de su cabeza un ramaje verde de espirales.
Stop.
La respiración. Dominio del cuerpo recobrado con la respiración... tom tom tom....
Un paso atrás y él desaparece.

Se queda parada en el borde, junta los pies, una sirena y mientras aterriza vuelve el oxígeno a la cabeza, tres minutos y medio dice el reloj que tardó en darse cuenta de esto.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Sunday best

Conduce un domingo por la mañana sin gafas de sol porque afortunadamente amaneció nublado y será un domingo entero bajo techo. Callejea con su coche y se va parando con cada semáforo en ambar. Las calles están llenas de espacios vacíos de personas. No acelera esta vez, frena, porque no hay prisa, porque el cielo le regala un gris que anula cualquier actividad trepidante, y porque es domingo, es por la mañana, y a esa hora la piel es amarilla.

Su mejor traje de domingo.

Enciende la música e interpreta la percusión sobre el volante mientras observa cómo cruza una pareja de extranjeros altos y mayores que parecen hermanos mellizos, los dedos tamborilean, y una familia de anoracs y caras de sueño traquetreando el azul del triciclo y el niño que ya no se quiere montar. Todo son repeticiones, la uniformidad de la pareja de mayores, el niño, el color de la piel, el triciclo, los padres ausentes, el autobús que pasa relinchando su carencia de material humano. Todo pasa menos deprisa una mañana de domingo de noviembre, y el cigarro no acelera y no es tan grave la sensación de inmediatez,de minuteros en los neumáticos.

Es el único coche que quedó en la avenida, vestido de domingo, con la percusión a todo volumen y las fuerzas desgastadas pero bien. Insomne del pálpito por enjuagar los pensamientos y ponerlos a secar sobre el papel en blanco de una pantalla bajo techo.

jueves, 27 de octubre de 2011

Leyendo

Intento dar nombre a ese crujir de historias que oscilan en mi oído y condicionan el momento en punto. Dar paso al esmalte en las uñas, al sujetar un libro, a las mangas de camisa deshojadas en ambigú sobre el suelo.
Subo el tono del silencio, me esfuerzo en no mirar hacia lo que bulle detrás. La mudez desnudando los oídos enfermos, tapados con los dedos de imaginar en el mismo instante en que la letra tocó a la idea, en que se abre la brecha hasta el fondo, los quebrantos del niño que mide con las pupilas fijas el diámetro exacto de una cara. Se abre la caída libre a un templo de rebelión, de furia inmensa, de extrañamente no te tengo, de inquietud. Leyendo al hombre contar las venas del brazo en el tictac del silencio que apoya el libro, y se despista otra vez, camino viejo, y otra vez ese esfuerzo ese intentar dar nombre al crujir de pensamientos y detrás del mar.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Pauta onírica

Son las pausas emocionales las que nos hacen temblar en ese paso largo del pensamiento,
en la zancada que te observa desde el otro lado del semáforo
y se ríe de ti,
buscando el hueco cuando titubeas
cuando tiemblas por los poros de sudar.

Pausas de granito
presumiblemente incómodas
disconformes en su falta de autoridad y
extendiéndose como la lava por el cuerpo que anida bajo el cielo oscuro,
por el cuerpo que gravita como una hoja sobre lo denso del aire,
amalgama de deseos trasnochados.

Pausas como martillos de rabia y de silencio en las puntas,
pausas de azufre
de color incontrolado
de desazón en las sábanas,
pausas de hervideros de nieve,
relámpago en la proporción de un cable eléctrico que te alcanza la garganta y te sacude,
directamente al paso en ese largo pensamiento,
y alguien se ríe de ti
al otro lado del semáforo.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Decir que no te pienso

es tan remoto como creer que no te escribo, que no es verdad que me acompañas en ese no sé qué de pasos y de pelos que me adornan la cabeza cuando cruzo en rojo el semáforo. Afirmar que no te llamo por dentro es una absurda mentira que hasta el último gato de la noche conoce. Hacer una cronología de tiempos cuando el reloj de arena aun no se ha dado la vuelta es un error inevitable. Echarte de más y de menos cuando no eres ni persona es de un romanticismo acuoso, casi ingenuo, comparable al del mercurio desfasado en fiebre y manos de madre acercando un vaso de agua a los labios.

Busco la fragilidad del instante, el meterme en tu cintura sin contar hasta diez, y solo vivo el aire que me inunda desde aquellas noches en que soñaba a muchas personas en torno a una mesa y gritando. Luego, una bocanada dura y el mundo se torció en aquel punto extraño, irreconocible y desterrado en la memoria de los pupitres. Punto que cincela de nuevo un boceto en el que los pájaros ya no están enjaulados y pocos niños miran hacia atrás. Punto tan remotamente gélido que desplegó su anonimato para devolverme a esta tierra rojiza en la que camino contando mis huellas,
en la que decir que no te extraño es tan remoto como negarte que respiro

jueves, 7 de julio de 2011

Romanticismo

Demasiada erre para una sola palabra. Romanticiso suena a robot, a acero, a rueda; demasiado agotador.

Compró un pijama de campanilla y le faltó tiempo para echarse a llorar, contra todo pronóstico. Recula en Frida Kahlo y le sigue fascinando ese nombre, esa imagen, como si de un autorretrato se tratara, un autorretrato del sufrimiento circular, el que erosiona los hombros. Los hombros morenos que adelgazan por minutos, piedra y viento,

Las alfombras han desaparecido, y sitúa las plantas de los pies contra el frio.

La clave: no centrarse en un olor concreto, recorrerse los perfiles e investigar el tipo de caricia. Revolverse como un camaleon al descubierto.

Arcilla impregnando la voz, resuelta y húmeda llena de barro la página en blanco, la última y ya no más. Raparse y mesarse el poco cabello solo sirve para agudizar lo pequeño, estirar los brazos, y salir, volar cometa reina relinchando altura, naranja y roja, redonda como el dibujo de una sonrisa por un compás, rodeando la vesícula, recomponiendo teclas.

lunes, 30 de mayo de 2011

Habaneras


Loredhi respira hondo. Un sofá lleno de ropa limpia a un lado y la vida que se le quiere tragar. Cuenta hasta cien y en el número veinte ya ha salido volando, dispararse es demasiado sencillo. Lee textos ajenos, voces de conciencias, teclea lentamente una palabra corta. La desconexión con lo de dentro duele más de lo que estaba esperando. Unas manos solas unas teclas y siempre briznas de tabaco bailando ahí. Briznas habaneras.

Route

Lo que más le avergüenza es subir al autobús con prisas, malditas prisas que le aceleran el corazón tom tom tom... subir los dos escalones casi jadeando y después una hora para encontrar el bono y después esa incertidumbre de no saber si quedan viajes. El uniforme verde oscuro tiene un algo de pijama de hospital que le repatea y le hace odiarlo un poco más. Otras veces lo lleva divertida y es una guerrera de camuflaje que puede con todo, esos días al subir corriendo al autobús jadea menos. El trayecto se divide en dos, un barrio apenas con movimiento y el mismo centro de la ciudad. Baja en la parada siempre de antes del quiosco y entonces eso sí, pisa segura y con la prisa más controlada. Ocho meses en la cafetería y ya se ha acostumbrado a los olores diurnos, Cruzar en medio de aquella polvareda casi sin respirar, hasta las obras forman parte de la naúsea. Fijar los pies delante de la puerta automática, sonreir disimuladamente y entrar. Un delantal negro atado a la cintura, los bolsillos y las yemas de los dedos que se tocan.

Sun glasses

Aparece ese cartel cuando mira por la ventanilla y le gusta cómo suena: Sun glasses, Sun glasses, for work, añade ella. La ventanilla del bus está llena de restregones de dios sabe qué mosquito enorme y peludo y le da asco imaginarse las microtripas pegadas al cristal. Repite la frase y sonríe al comprobar que lleva las suyas puestas. Llevarlas es como meterse para adentro y proteger aquella parte de la piel que habla demasiado.

Un monigote de brazos largos y unas gafas de sol tamaño equis ele afea la frase, el rótulo sonoro: Sun glasses. Sun glasses for work imprescindibles cuando la maquinaria que dirige el fuelle se transparenta.

lunes, 9 de mayo de 2011

O'clock

Seguramente irá a un baile, piensa cada vez que lo ve cruzar la avenida de dos semáforos con la espalda encorvada y un apenas perceptible vaivén de la pierna izquierda, escondiendo a saber qué artrosis, a saber qué cojera de un riñón. Seguro que va a su baile. Camina más ligero que en invierno y ya no le molesta la lluvia. Camina solo, ajeno a los ruidos y siempre anda fumando cigarros con filtro blanco. Nunca entra, es más, nunca mira hacia ella, hacia el ventanal desde donde lo espía sonriendo por verlo aparecer otra vez, con su cazadora fina beige y su pantalón azul petróleo, puntual como un reloj.

Las siete pe eme y desde el ventanal de la cafetería.

miércoles, 13 de abril de 2011

Smoke & Corner

Sale a fumar por la puerta trasera, detrás de la cocina, busca la única esquina donde da el sol y se queda como una gata con los ojos cerrados. Siempre fuma en esa esquina y si tiene que compartir cigarros y humo y conversación se queda inmóvil como marcando terreno con los pies algo separados. Hoy está sola y se mira las zapatilla de lona grises con la puntera blanca y sonríe porque hay un pie ladeado hacia dentro, y le viene cuántas veces lo ha ha hecho sin querer sentada en el asiento del vagón y cuánto de imprudente y de ridículo tiene esa postura. Debe estar relacionado con algo de incomunicación que lleva siempre consigo.

La esquina del muro marca de manera vertical su espalda y se rasca con ella y bromea con lo jodido que es decidir si mirar hacia un lado o hacia otro. Siempre en lugar irregular, siempre educando la mente. Terminar ese cigarro y apagarlo en el suelo es lo único seguro que hay tras este sol.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Lunch

Odia la palabra lunch, que se pronuncia lanch, desde que se la oyó pronunciar a aquella niña que entró nueva en su curso, y que venía de fuera, y que tenía un acento bonito y que se pavonenaba con aquella cola de caballo tan alta, delante de los ojos atónitos de todas, incluida ella. Odió que pronunciara la palabra luch con aquel desparpajo tan atrevido y que además quedaba bien. Recuerda que esa noche, en el espejo de su casa comenzó a pronunciar la palabra lunch, lanch, lunch, lounch... mierda! en la vida podría hacerlo, ni en mil vidas pensó. Odia desde entonces la palabra lunch y es porque la termina de escuchar desde el otro lado de la barra, del mostrador con bollería y donuts.

Coffee door

Cada vez que la puerta de la cafetería se abre el frío se le pega a la piel de la cara, y tiene que sonreir y dar los buenos días y se pregunta qué necesidad habrá de todo esto, del frío, de dar los buenos días a desconocidos cuando no lo desea. Nunca fue actriz y aun así su memoria cada vez más se va estructurando en sketchs de sesenta segundos. Eso ocurre por las noches y también cuando recoge las tazas de las mesas y mira los posos en el fondo y fabula con el destino de quien ha estado ahí, como hace muchos años vio hacer en una película inglesa. Se recuerda viajando sin moverse de esa nube ralentizada que es el cerebro, y mientras se limpia la punta de los dedos en los bolsillos del delantal, se imagina que es más joven, que toma el sol en lo alto de una montaña, que tiene varios gatos que de repente le gustan, que todo salió bien y que eso de que las cosas se tuercen no existe. Se recuerda de niña, callada y relatando hacia adentro un no se qué repertorio de palabras inconexas con la cabeza apoyada en un muro, como un mantra inconsciente y azul; los niños en bicicleta y ella pequeña y morena y con los ojos más abiertos del mundo, hacia adentro también, como los pensamientos. Se imagina todas estas vidas en las que, sin haber sido actriz, es protagonista, mientras descarga adrenalina sacando brillo a unos vasos demasiado poco románticos para estar en esa cafetería.

Out

Comienza a trabajar en el turno de mañana de una cafetería. Ojos de insomne que asoman tras un mostrador de madera lleno de sanwiches preparados y envueltos en plástico. Lástima que todavía sea invierno detrás del gris. Demasiado tiempo para pensar aunque destroce sus manos enjuagando cucharillas y su paciencia abriendo y cerrrando una caja registradora al ritmo del zumbido de la cafetera. Se ha dejado el pelo más largo de lo normal para acudir a su nuevo empleo y le molestan casi más hoy los mechones que le caen sobre la frente que el perfume de esa mujer a las ocho y diez de la mañana que se toma uno solo. Demasiado tiempo para pensar aun queriendo hacer todo lo contrario, vaciar su cabeza igual que vacía el cubo de los restos de comida en plásticos.

miércoles, 5 de enero de 2011

Fechas II

Ya pasó el tiempo de los puños, de la rabia mirando el calendario intentando equilibrar de manera infructuosa, siempre, el cordón artificial que une el corazón a los números. Apretando dientes, llamando a aquella amiga que no tenía nada válido que contar en ese momento, durmiendo con los nudillos y la impotencia de no poder golpear hasta los techos de los sueños.

Pasaron los tachones de las emes y de las pes azotando en trazo ancho e insultantemente estricto el almanaque de la cocina. Pasó el tiempo en que los ojos escocían si las zapatillas se quedaban quietas en el suelo de las habitaciones del lado sur. Pasó el tiempo de aquel frío.

Ahora admite su condición de viajera mujer y maletas sin moverse de la misma casa, despedidas más o menos dolorosas que abren ese espacio de soledad que siempre cuesta habitar.

Desacostumbrarse a que cueste habitar.

Fechas I

Repasa los calendarios cuando se están terminando y las ideas se le resbalan entre los números, entre los dedos que asoman de las bocas del mitón de lana negra. Se tintan de rojo los más importantes y los demás se quedan demasiado pequeños, digitalizados.

Conducir por la ciudad con la memoria llena de números no debe ser bueno. Esconder el brazo antes de querer sujetarse tampoco. Y tampoco debe ser muy saludable.

Descorre las cortinas de su dormitorio para que entre el sol que no circula por las calles, y dicen que es invierno y ella no sabe si es eso o es la altura de los edificios lo que da el frío. Intermitente frío entre el edredón, la pared azul, y las pocas palomas que quedan vivas.

Escuchar canciones de mujeres con la voz rara entre los colores verde y rojo de las fechas. Música que va tocando esas zonas del cerebro erróneamente predispuestas al placer