jueves, 30 de noviembre de 2006

Nueva especie animal

A raíz de una simpática frase descubro que hay una nueva especie animal en este mundo nuestro. La frase: esto dura más que un pantalón de pana. El animal: el pana.

Mi corazón da un súbito vuelco cuando escucho a un compañero, licenciado él, claroesoquenofalte, afirmar que la pana es un tipo de materia textil natural. Vamos, que o nace de la madre tierra, como el algodón, o viene de un animalito futuro esquilado, como la lana. Puestos a elegir yo me quedo con lo segundo que da más vidilla. Así, estaríamos ante una nueva especie animal, el pana, peinado a canutillos, cuyo pelo nos serviría de abrigo en el invierno. Del tiernecito panita sacaríamos la pana fina, también llamada micropana, y del pana adulto la pana gruesa, a mayor edad más grosor. Obviamente el color de la pana dependería de la región de origen del animal en cuestión. Con las mismas, nos podemos encontrar granjas de otomanes, lonetas o gasas, y bellos campos sembrados de organzas y terciopelos.

Pensar esto quizá es más optimista que pensar lo otro. Que sí, que ha nacido un nuevo animal, una nueva especie que se reproduce a gran velocidad, pero que tiene dos piernas y no da calor. Que no se alimenta de hierba. Que está muy cerca de nosotros, y que está siempre al día de todo, tanto que hasta hoy nos enseña que ha nacido otra especie en este mundo animal nuestro: el empanao. O ni eso.

En fin.

miércoles, 29 de noviembre de 2006

Pasos

Grises adoquines golpeando el silencio.

Pasos oscuros, ritmo solitario,
clavos, suelo, pereza,
retazos de madera salpican el cemento.

Pasos, máscara escondida,
tintineo y tonto abrazo gris, engaño,
luces esquivas de plomo.

Pasos creando surcos,
asfalto roto, engaño tonto, luna,
plomo sobre alas de madera salpicando
cemento,
árboles desnudos,
pasos.

martes, 28 de noviembre de 2006

En fin...

La posibilidad de realizar un sueño es lo que hace la vida interesante.

Gracias mihellen, nunca olvido tu consejo

(Hay días que me pongo demasiado moña, lo sé. Y eso también creo que me gusta pero no me gusta. En fin...)

lunes, 27 de noviembre de 2006

Contradicción (soy)

Me gusta pero no me gusta hacer todas las mañanas el mismo camino, y que me parezca que ya conozco a las personas que se cruzan conmigo. Me gusta pero no me gusta, me da seguridad pero me resulta aburrido.

Me gusta pero no me gusta subir en el ascensor con esos dos señores vistiendo caras largas y trajes serios. Me gusta reírme por dentro de ellos porque no me los creo. Ni sus trajes ni sus gestos.

Me gusta pero no me gusta que mi madre me diga que coma, que me pinte o que me deje crecer más el pelo. Me gusta porque es mi madre, no me gusta porque me hace niña y yo le desobedezco. Le doy un abrazo y le beso. Sonríe, se olvida de sus consejos.

Me gusta pero no me gusta que se amontonen los libros sobre mi vida, me gustan los libros, me gusta aprender de ellos, pero no me gusta no tener tiempo. Necesitaría una vida entera paralela dedicada en exclusiva a leerlos.

Me gusta pero no me gusta vivir en las nubes. Me gusta porque vuelo muy lejos, no me gusta porque a veces ni yo misma me entiendo. Ni-yo-misma-me-entiendo.

No me gustan las sonrisas con nombres y apellidos. Me gusta mirar a los ojos, buscar a la gente por dentro, aunque a menudo me encuentro sorpresas detrás de ciertas caras de perro, y también sustos que vienen de mansos corderos.

Lágrimas

Llora

Lágrimas, melodía extraña que me acompaña
canciones ahogadas por el miedo,
levanto un velo a este lamento seco, me encierro.

Si mis brazos arrancaran este olvido secreto,
silencio,
rompería las paredes de tu corazón,
desierto.

Si mi voz fuera voz,
palabras que acompañan mi tormento,
partiría mi alma en dos y gritaría lo que siento,
y dejaría a mis lágrimas ser lágrimas y no un triste lamento seco.

El tiempo pasa

El tiempo pasa, la vida vuela, y no sé si decirle al reloj que pare o que no se detenga, que encierre en un globo hueco este instante y a mí con él sin caretas. El tiempo pasa, y no sé si decirle al reloj que deje ya de dar vueltas.

El tiempo corre, y no sé si decirle a la gente que no ande o que se mueva, pero que no me hable, que no toque mi nube de tierra, que no quiero con ellos batallas de piedras, que me dejen tranquila, sola, viendo cómo pasa la vida.

Las brumas llegan, y no sé si decirle a la luna que esta noche no venga, que no me mire con esos ojos que a veces me queman. Que me deje vivir en susurros, sin estridencias, que me deje vivir en mi mundo sin voces, sólo con velas.

El tiempo pasa, y no sé si decirle que pare, que se detenga, o bien que corra, que vuele como una gacela, que pase por encima de mi globo y no se entretenga, que no me mire, que no quiero hablar, que quiero vivir en mi mundo de relojes de arena. Y no sé si decirle hoy al sol que no salga y que se muera, que no me enseñe su luz que me ciega, que me deje en mi globo a oscuras, que me deje en tinieblas.

El tiempo corre, la gente pasa, y yo en mi burbuja encerrada durmiendo entre velas; que no me miren, que no se detengan, que pasen por mí en transparencias, que quiero que el tiempo me encierre en una burbuja hueca.

viernes, 24 de noviembre de 2006

Un niño

Pequeña, hoy cumples siete años. Felicidades, amor.

Cuando tenía seis años, un niño que luego se hizo aviador, hizo un dibujo muy curioso de una serpiente boa con un elefante dentro. Leyó en un libro sobre el Bosque Virgen que la serpiente boa tragaba a sus presas sin masticar y quiso dibujarla. Cuando mostró su dibujo a las personas grandes, éstas no se asustaron. Pensaban que era un sombrero. Ya ves, pensaban que una serpiente boa con un elefante dentro era un sombrero. Ya ves, una tontería. Pues por esa tontería el niño abandonó su prometedora carrera como pintor.

Estudió un oficio y se hizo aviador y conoció a muchas personas grandes, personas que seguían viendo sombreros. Vivió solo, sin nadie con quien hablar verdaderamente, durante mucho tiempo.

Un día tuvo una avería con su avión en el desierto. Allí conoció a un hombrecito muy especial que le pidió dibujar un cordero. Era un niño pero no aparentaba estar perdido. Un niño que no veía sombrero. Un niño que vio el cordero que el aviador dibujó dentro de una cajita, y que lo vio dormido. Ese niño era el principito.

jueves, 23 de noviembre de 2006

Prisas

Despertador, apago los ojos, empiezo a pensar.

Pensar en lo que he soñado, en lo que voy a hacer, en que todo parece más ligero que ayer.

Pensar en que hoy no voy a demorarme tanto en comenzar, en que a ver si llego un par de minutos antes, y así empiezo ya, de una vez por todas a compensar, a compensar los tres, cinco, siete, dos minutos que llego tarde desde hace ya bastante. A compensar esa carrera que nunca le gano al reloj de fichar.

Pero no, siempre se me va el tiempo ya antes de levantar, me engaña, se esconde en la oscuridad y me hace quedarme más, juega conmigo. Luego la ducha, eterna ducha que siempre quiero acortar, no por ahorrar sino por probar ganar al maldito reloj de fichar.

Pero no, ducha eterna, larga se me va. Se me va aquel medio minuto ganado al levantar, ahora ya sin valor. Vuelve el día a ser igual, rápido, tan escurridizo que me deja cosas pendientes otra vez, larga lista de cuentas variadas a sumar. Más.

Y comienza entonces esa nueva cuenta atrás que sólo termina un segundo antes de volver a empezar a soñar.

miércoles, 22 de noviembre de 2006

Espejismos

Nacieron de una lucha entre vivos y muertos. Nacieron cuando las sombras sellaron sus voces con silencios. Nacieron los espejismos de un día que no acababa de morir, de una tarde rota por mis gritos ahogados en un sol de sangre que se iba, que latía ante mi vida. No les pregunté de dónde venían, no necesitaba sus palabras; no les miré a los ojos porque me daban miedo, pero me dejé ciegamente arrastrar por sus brazos alados, por sus largos lazos que me mecían y que yo intenté abrazar, pero que desaparecían entre mis dedos como arrancándome la vida.

Gigantes alados me sumergieron en el espejo de sus aguas, y allí nadé, perdiéndome en su laberinto, en una madeja suave de lana, liada, atrapada, somnolienta, casi dormida. Y allí me perdí y me dejé llevar a su abismo, al abismo de senderos que se pierden y que nunca terminan, como siseantes serpientes infinitas sin cabeza. Al abismo de los sueños que te ahogan en suspiros, y te envuelven en un mar de aromas de papel, en un arrullo de calor venenoso, con el sabor imaginado de tu boca sobre mi piel, que al intentar besar desaparece.

Y mi grito es mudo y nadie escucha. Y los ecos de tu nombre son sólo míos, y no puedo hablar más que en silencios. Y mi corazón siente que ya no hay nada en este delirio sin voz, que está solo, que todo ha desaparecido, que todo era espejismo. Y ahí soy yo.

martes, 21 de noviembre de 2006

Ellas

Es difícil tratar de describir esa mesa. Mucha gente alrededor, pocas palabras para recordar, y ellas allí, sentadas, reunidas en una especie de ritual mágico, que no hace otra cosa que hablar de sus vidas.

Las cervezas se beben solas, las palabras se estrellan unas contra otras, ruidosamente, en una danza caótica y rítmica al mismo tiempo, difícil de entender si no se está ya dentro. Es la danza de sus vidas.

Mis pequeñas reuniones con ellas, arañadas de cada minuto de la vida ocupado, implican un pequeño viaje a un paraje festivo en el que todo se escucha, todo se habla, todo se dice.

El camarero nos mira con una extrañeza divertida. ¿Otra? Sí, otra. Y los ojos se vuelven para buscar, para seguir contando. Sonia y su risa sonora, movida, sus colores, María buscando a esa sabia que ella lleva para regalarnos una de sus frases, mi Hellen, mujer de una pieza, optimista, luchadora, y yo, yo pidiendo una penúltima más....

Me gustaría poder descifrar el cúmulo de sensaciones que se nos agolpan en cada reunión, el estallido de sinceridad que nos hace a todas mirarnos risueñas, aunque una esté triste, otra rara y tú no sé. Me gustaría poder descifrar el enigma que me une a vosotras, el hechizo que provoca una nube de vapor vital que se desborda sobre esa mesa en la que hoy unas mujeres se hacen niñas.Y allí las cuatro, juntas, disfrazándonos de muchas cosas, queremos deshacer hasta el último tapiz de caminos por recorrer, allí mismo, en esa mesa, comiéndonos la vida a carcajadas.

Las cervezas se beben solas, los ceniceros hacen juegos malabares para no perder su contenido, y nuestros ojos, y nuestras risas, acompañando el momento.

Y al final, cuando el reloj nos recuerda que somos, a regañadientes, desenredamos esa madeja juguetona en la que nos hemos perdido y nos despedimos, siempre pensando que vamos a volver, siempre vistiendo otros cuerpos.

lunes, 20 de noviembre de 2006

Lápices

Me acompaña desde la entrada un viejo conserje al que no recuerdo. Atravesamos el enorme patio interior en silencio. No hay nadie y los ecos de nuestras pisadas golpean contra el tiempo.

Subimos al piso superior, acariciando yo una larga barandilla de madera, tan fina que desaparece bajo mi mano. Nos detenemos frente a una puerta, Aula 3-B, la conozco. El conserje me abre y me deja sola. Yo, sola, quieta en el umbral, mirando.

Desde el interior, tres altos ventanales me regalan luz de hoja seca, y continúan en su espacio, erguidos, uno al lado del otro. Las cuatro filas de pupitres antes eternas, se me antojan hoy casi dibujadas. Me invade un sabor agridulce a juego, a tiza, a lápiz, a tierra…, sabor agridulce a pasado.

Camino entre las pequeñas mesas y rozo con mis dedos cada una de ellas, como pidiéndoles hablar, pidiendo que me reconozcan, en una especie de súplica inocente y vencida. Siento a través de mis dedos el tacto de lo lejano.

Sobre la tarima, la mesa del profesor. Me siento y los pupitres, alineados, me observan silenciosos esperando el comienzo de una clase. Se escuchan a lo lejos voces, niños, un timbre, carreras…. Cierro mis ojos y comienzo a verlos, a todos, a cada uno de ellos; veo sus caras, sus rodillas marcadas, huelo sus carteras, sus libretas abiertas, su vida, su todo. Allí están, con sus manos usadas, mirándome desde los pupitres, con olor a lápices, como si el tiempo no hubiera pasado.

Niña de luna

Hoy he vuelto a ver tu cara de luna
envuelta en un pañuelo bajo el frío sol,
pecosa pequeña y blanca
con dos ojos oscuros y tristes.
Hoy había un peluche en tu cartón
un peluche en tu cartón que yo no puse.

Dime cara de luna qué piensas cuando los miras,
dime qué sientes cuando los escuchas, riendo, con los ojos, con la boca, riendo
y tú abajo, niña de luna, sola en el suelo mirando
con la cara pecosa y triste más bonita del mundo.

Pero no quiero que me digas lo que hay escrito en tu cartón,
no quiero tampoco mirar a ese señor,
no quiero que me digas nunca, mi niña luna, que ese peluche no lo puse yo.

viernes, 17 de noviembre de 2006

Huida

Como cada mañana, entro en la oficina con la cabeza desordenada y unos minutos de más a mis espaldas. Buenos días, buenos días. Miradas esquivas que no me interesa conocer.

Una vez sentada, miro mi mesa. Todo está aquí, exactamente igual a como lo dejé ayer, nada se ha movido. Y yo continuamente planeando sobre el tiempo, deletreando cada instante, cada segundo, como cada palabra. Y la mesa, mi mesa hoy, igual y aquí.

Comienzo a pensar en el movimiento, en lo frágil que puede llegar a ser el movimiento, en lo voluble. En lo difícil de identificar a veces. De pronto una mano comienza a girar unas gafas sobre mi mesa. Hay unas gafas en movimiento sobre una mesa inmóvil desde ayer, y desde mucho antes de ayer. Bajo mi mano seca y detengo el movimiento, las gafas dejan de girar, algo me molestaba.

De repente viene una imagen, una sensación, es un segundo. Es ella. Hoy he soñado con ella. Siempre que jugueteaba con sus gafas sobre la mesa camilla ella las paraba con la mano firme. Me miraba fijamente a los ojos y las hacía dejar de girar. Algo le molestaba.

Hoy he soñado con ella, pero lo único que recuerdo del sueño son sus manos y sus palabras.

Olvido lo que me rodea y comienzo a acariciar con mi pensamiento su suave piel arrugada. Son sus manos de papel. Regodeándome en su tacto, tan fino que parece deshacerse entre mis dedos, evoco su figura menuda y encorvada, su butaca verde, sus ojos maduros y su voz. Esa voz que durante un tiempo era mía, pero que ya estaba comenzando a olvidar. Sé que me habló de un pájaro, de una jaula, de un abrir ventanas, de la libertad...de la libertad ¿de quién?..¿de ella?, ¿de él?, ¿de la mía?....¿de quién?...Sólo sé que me habló de la libertad.

Detengo mis pensamientos. Me voy. Recojo alguna cosa y me voy. Salgo a la calle y comienzo a caminar rápido, más rápido de lo normal. El aire frío congela mis mejillas y eso me gusta. La gente vuelve a parecerme extraña, pero ya no me importa, muchas cosas ahora ya me dan igual.

Me voy, camino rápido y mis manos en los bolsillos se están llenando de palabras, empuño fuertemente para no dejarlas escapar, mis bolsillos se llenan de libertad y parece que van a reventar.

Camino rápido, más rápido de lo normal, las manos llenas en los bolsillos y la gente que hoy ya me da igual. Miro hacia el suelo y veo mis botas sucias, parecen más grandes, no mías, parecen de hombre. No me importa, me gustan, caminan deprisa y me gustan. Me las llevaré. Sí, me las llevaré.

Me voy, me voy hoy y me lo llevo todo, mis botas grandes que caminan más, mis palabras apretadas que quieren salir ya, mis bolsillos llenos que van a estallar, las gafas que han dejado de girar, mi sueño, el tacto de sus manos de papel, su piel...

Me voy, me lo llevo todo. Me voy en tren.