lunes, 20 de noviembre de 2006

Lápices

Me acompaña desde la entrada un viejo conserje al que no recuerdo. Atravesamos el enorme patio interior en silencio. No hay nadie y los ecos de nuestras pisadas golpean contra el tiempo.

Subimos al piso superior, acariciando yo una larga barandilla de madera, tan fina que desaparece bajo mi mano. Nos detenemos frente a una puerta, Aula 3-B, la conozco. El conserje me abre y me deja sola. Yo, sola, quieta en el umbral, mirando.

Desde el interior, tres altos ventanales me regalan luz de hoja seca, y continúan en su espacio, erguidos, uno al lado del otro. Las cuatro filas de pupitres antes eternas, se me antojan hoy casi dibujadas. Me invade un sabor agridulce a juego, a tiza, a lápiz, a tierra…, sabor agridulce a pasado.

Camino entre las pequeñas mesas y rozo con mis dedos cada una de ellas, como pidiéndoles hablar, pidiendo que me reconozcan, en una especie de súplica inocente y vencida. Siento a través de mis dedos el tacto de lo lejano.

Sobre la tarima, la mesa del profesor. Me siento y los pupitres, alineados, me observan silenciosos esperando el comienzo de una clase. Se escuchan a lo lejos voces, niños, un timbre, carreras…. Cierro mis ojos y comienzo a verlos, a todos, a cada uno de ellos; veo sus caras, sus rodillas marcadas, huelo sus carteras, sus libretas abiertas, su vida, su todo. Allí están, con sus manos usadas, mirándome desde los pupitres, con olor a lápices, como si el tiempo no hubiera pasado.

1 comentario:

Gotardo J. González dijo...

Y el olor caluroso y húmedo a plastilina ...