miércoles, 17 de abril de 2013

Loredhi 40

Loredhi ya tiene cuarenta años. Tiene un padre que no la ha visto cumplirlos. Tiene una madre, tiene cuatro hermanos, que son muchos, todo chicos. Tiene dos hijos, una chica que es ya una mujer y un chico creciendo. Tiene un tercer hijo que nunca nació y que quizá tenga nombre de poema. Loredhi odia pero no odia los lugares concurridos, intenta mirar a los ojos pero a través de unas gafas de sol; ha sudado, ha subido por montañas no demasiado empinadas con sus zapatillas anchas. Loredhi no es ni gorda ni flaca, es normal. Le encanta el pelo a lo chico de chica, aunque también las melenas, pero no para ella. Loredhi es cotilla, fisgona, y tiene vocación de detective y taxista a la vez. El desorden de Loredhi es demasiado anárquico para poderse soportar, y entonces Loredhi se muerde el labio de abajo e intenta solucionarlo, el desorden tranquilo, moviéndose. Ahora vive en una casa antigua que considera casi suya, en la que sólo cierran dos puertas, y que tiene el color anaranjado de la madera y los rincones imposibles.

viernes, 12 de abril de 2013

Amour

Quería verla y no verla, sabía que me iba a remover sentimientos quizá demasiado cercanos. Al final me animo, sola, porque no me gusta llorar en compañía. No hay lágrima, hay encogimiento. ... Sublime, como una pieza maestra discurre esta cinta del hasta ahora para mí desconocido, Haneke. En un tiempo real en el que casi se sienten las pisadas en la casa, donde las puertas, las ventanas interiores, el escenario escueto pero refinado casi desprende un aroma desde la pantalla, se va deshilachando una vida que está llegando a término, al único final de camino que conozco. El sonido del agua va marcando unas pautas transparentes que pasan como un velo por delante de los ojos de los protagonistas. Joyas como el álbum de fotos familiar, los diálogos, los recurrentes gestos cotidianos, te hacen sobrecogerte y dar un paso en la memoria. También se asoma la violencia y el desasosiego que genera la incertidumbre del camino que te lleva hasta lo cierto. Amour, o un canto a lo inevitable.

jueves, 8 de marzo de 2012

Snakeskin

Loredhi serpiente muda la piel mientras con el pie derecho combina los pedales del acelerador y el freno alternativamente. Loredhi serpiente cruza un universo de disparos en la frente antes de llegar a la otra parte de la ciudad. Colores intermitentes de semáforo, un túnel en ambar, hormigueros.

Fumar más de lo normal, estar escuchando horas seguidas emisoras de radio fórmula, vueltas y más vueltas para aparcar un coche con el airbag estropado y el cenicero lleno, y una vez estacionado a Loredhi le entra la congoja. Ahí es donde nota la piel por la espalda, rasposa, separándose a tiras. Alternar las gafas de sol con las normales, meter las manos en el bolso, morderse los labios y un sinfín de tics más antes de cerrar el coche, y comenzar a caminar notando en los bolsillos cómo existe un hueco entre su color y lo que hay dentro, una capa de azul marino pegajosa que le estira a momentos. Y menos mal y luce el sol.

jueves, 12 de enero de 2012

2+2

Una mujer camina rápido haciendo cuentas en la cabeza, sumas y restas y esa frágil memoria que todo lo deriva al desagüe del olvido.

Una mujer y sus números abstractos, sus maldiciones breves, su manera de medir mientras camina. Una mujer búho que supura curiosidad y se bloquea con el verde del luminoso en aquella esquina, e intenta recordar quién anuncia ese cartel, una cara, un nombre, una sonrisa sin dueño... no, tampoco es presente.

Una mujer que camina y se diluye con la entrada de la noche, sombra es.
Unos pasos se estacionan frente a ella.
Stop.
Silencio otra vez.
El miedo le envuelve la cabeza como al ladrón la media transparente que lo deforma. Mueve un hombro la mujer y, sin mirar, continúa caminando. Las manos en los bolsillos y las yemas de los dedos se sitúan. El aire huele bien.

Una mujer camina, bandolera cruzada llena de historias y unas botas adornando el movimiento de cintura.
Voces de los niños en el extremo del parque.
Cuatro pies avanzan y la mujer camina lento. Un corazón a su lado late rojo.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Loredhi loves

Se queda parada en el borde, junta los pies y de repente le da miedo que su presencia esté ocupando más espacio del previsto.
Los besos en el parque le acercan a la piel bajo el sol.
Un hombre con su desfile de comedias se planta a tres pasos de ella, se enciende un cigarro y ladea la cabeza al aspirar el humo y la mira a través de la carne. Solo un minuto el necesario para abrirse dentro de su cabeza un ramaje verde de espirales.
Stop.
La respiración. Dominio del cuerpo recobrado con la respiración... tom tom tom....
Un paso atrás y él desaparece.

Se queda parada en el borde, junta los pies, una sirena y mientras aterriza vuelve el oxígeno a la cabeza, tres minutos y medio dice el reloj que tardó en darse cuenta de esto.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Sunday best

Conduce un domingo por la mañana sin gafas de sol porque afortunadamente amaneció nublado y será un domingo entero bajo techo. Callejea con su coche y se va parando con cada semáforo en ambar. Las calles están llenas de espacios vacíos de personas. No acelera esta vez, frena, porque no hay prisa, porque el cielo le regala un gris que anula cualquier actividad trepidante, y porque es domingo, es por la mañana, y a esa hora la piel es amarilla.

Su mejor traje de domingo.

Enciende la música e interpreta la percusión sobre el volante mientras observa cómo cruza una pareja de extranjeros altos y mayores que parecen hermanos mellizos, los dedos tamborilean, y una familia de anoracs y caras de sueño traquetreando el azul del triciclo y el niño que ya no se quiere montar. Todo son repeticiones, la uniformidad de la pareja de mayores, el niño, el color de la piel, el triciclo, los padres ausentes, el autobús que pasa relinchando su carencia de material humano. Todo pasa menos deprisa una mañana de domingo de noviembre, y el cigarro no acelera y no es tan grave la sensación de inmediatez,de minuteros en los neumáticos.

Es el único coche que quedó en la avenida, vestido de domingo, con la percusión a todo volumen y las fuerzas desgastadas pero bien. Insomne del pálpito por enjuagar los pensamientos y ponerlos a secar sobre el papel en blanco de una pantalla bajo techo.

jueves, 27 de octubre de 2011

Leyendo

Intento dar nombre a ese crujir de historias que oscilan en mi oído y condicionan el momento en punto. Dar paso al esmalte en las uñas, al sujetar un libro, a las mangas de camisa deshojadas en ambigú sobre el suelo.
Subo el tono del silencio, me esfuerzo en no mirar hacia lo que bulle detrás. La mudez desnudando los oídos enfermos, tapados con los dedos de imaginar en el mismo instante en que la letra tocó a la idea, en que se abre la brecha hasta el fondo, los quebrantos del niño que mide con las pupilas fijas el diámetro exacto de una cara. Se abre la caída libre a un templo de rebelión, de furia inmensa, de extrañamente no te tengo, de inquietud. Leyendo al hombre contar las venas del brazo en el tictac del silencio que apoya el libro, y se despista otra vez, camino viejo, y otra vez ese esfuerzo ese intentar dar nombre al crujir de pensamientos y detrás del mar.