viernes, 12 de abril de 2013

Amour

Quería verla y no verla, sabía que me iba a remover sentimientos quizá demasiado cercanos. Al final me animo, sola, porque no me gusta llorar en compañía. No hay lágrima, hay encogimiento. ... Sublime, como una pieza maestra discurre esta cinta del hasta ahora para mí desconocido, Haneke. En un tiempo real en el que casi se sienten las pisadas en la casa, donde las puertas, las ventanas interiores, el escenario escueto pero refinado casi desprende un aroma desde la pantalla, se va deshilachando una vida que está llegando a término, al único final de camino que conozco. El sonido del agua va marcando unas pautas transparentes que pasan como un velo por delante de los ojos de los protagonistas. Joyas como el álbum de fotos familiar, los diálogos, los recurrentes gestos cotidianos, te hacen sobrecogerte y dar un paso en la memoria. También se asoma la violencia y el desasosiego que genera la incertidumbre del camino que te lleva hasta lo cierto. Amour, o un canto a lo inevitable.

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