Repasa los calendarios cuando se están terminando y las ideas se le resbalan entre los números, entre los dedos que asoman de las bocas del mitón de lana negra. Se tintan de rojo los más importantes y los demás se quedan demasiado pequeños, digitalizados.
Conducir por la ciudad con la memoria llena de números no debe ser bueno. Esconder el brazo antes de querer sujetarse tampoco. Y tampoco debe ser muy saludable.
Descorre las cortinas de su dormitorio para que entre el sol que no circula por las calles, y dicen que es invierno y ella no sabe si es eso o es la altura de los edificios lo que da el frío. Intermitente frío entre el edredón, la pared azul, y las pocas palomas que quedan vivas.
Escuchar canciones de mujeres con la voz rara entre los colores verde y rojo de las fechas. Música que va tocando esas zonas del cerebro erróneamente predispuestas al placer
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