Loredhi gira sobre los edificios mientras sueña, y parpadea diez veces a contrareloj antes de apretar el off de la alarma-despertador. Loredhi aterriza en el confuso de unas sábanas empapadas de junios y rechina los dientes, algún día pensó que se puede tratar de una manera de masticar la realidad de unas siete de la mañana, alguna vez que se puede tratar de una manera más de despertar los círculos. Loredhi había leído la noche anterior el significado del término lunático y se había encerrado por cien veces en sí misma, decidiendo no volver a dormir. Nunca. Cuando lo hizo, por agotamiento, Loredhi solo recuerda una vaga sensación de despegue de la piel, una jodidamente reconfortante lumbre, bajo las faldas de la mesa camilla. Loredhi cortó flores y voló a la luna atravesando todos los craneos huérfanos de la ciudad, todos los ladridos atropellados, cicatrices del asfalto, y no miró hacia atrás, esquivó el azul de la cavidad del cielo y se enquistó en la cara norte del satélite más manipulador de animales. Loredhi se convierte en pasto y entra a matar el oxígeno, extiende los brazos entonando una seguridad abstracta, humana y perfectamente disoluble con el giro de una veleta. Loredhi extirpa el viento de lo negro de la habitación y nace pasto sobre la cara norte de la luna.
Loredhi gira sueños sobre los edificios, y parpadea diez veces antes de apretar el off , aterriza en el confuso de unas sábanas empapadas de junios y rechina los dientes, algún día pensó que se puede tratar de una manera de masticar la realidad de unas siete de la mañana, alguna vez que se trata de una manera más de despertar.
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